domingo, agosto 29, 2010

PintorAs en el MACRO de Rosario


pintorAs
Diana Aisenberg, Constanza Alberione, Carla Bertone, Florencia Bohtlingk, Claudia del Río, Verónica Di Toro, Maria Guerrieri, Silvia Gurfein, Graciela Hasper, María Ibáñez Lago, Fernanda Laguna, Catalina León, Valentina Liernur, Mariana López, Valeria Maculán, Adriana Minoliti, Déborah Pruden, Inés Raiteri, Leila Tschopp y Paola Vega.
Pisos 2, 3, 4, 5, 6 y 7




Texto de la muestra: Roberto Echen

pintorAs


Una cuestión de géneros.
De dos géneros que convergen en un encuentro.
La pintura, género de las artes plásticas (mejor, de las Bellas Artes, donde aparece y antes de que devinieran artes visuales y mucho antes de la irrupción de expresiones como artes audiovisuales, multimedia, etc.).
La mujer, género que supuestamente no tendría emergencia, ya que estaría como dato previo -y desde siempre- en eso que se llama “naturaleza” (hembra-macho siendo la oposición -claro, de sexos- instituida por la naturaleza para las especies animales “superiores”).
Sin embargo.
La pintura murió ya muchas veces (entre los siglos XIX y XX) y la mujer (género) emergió hace no mucho tiempo, por mucho que le pese a la naturaleza (la humana, seguramente).
Aquí ambos géneros se unen en ese espacio indecible que es el de que no hay lugar de donde sostenerlos.
Pensar en algo tan establecido -pilar, si los hubo, de las artes- como la pintura y -sin embargo- devenido casi un cadáver viviente, una especie de regreso de los muertos vivos de las artes visuales.
Y pensar en algo que -casi- no tuvo historia, es decir, que tiene una historia enorme elaborada desde su negación, o -cuando se la reconocía- desde el lugar del mal, la tentación, la caida, la inconsistencia y liviandad:
Frailty, thy name is woman (dice un edípico Hamlet transido de dolor).

Hola, ¿cómo estás? ¿ estás pintando? Podríamos hacer algo juntas.

Un encuentro sin bombos y platillos, ni postulados rimbombantes, ni defensas trilladas.
Juntarse desde (dos) lugares que suponen pertenencia, aunque no se sepa demasiado bien los alcances y los recortes de esa pertenencia, del espacio que delimita (si delimita en verdad un espacio).
Pero, desde allí, reconocer lo propio, lo propiado en ese movimiento que pone en juego las dos instancias y genera un encuentro.

Entonces.
pintorAs deviene una especie de marca, una señal, una llamada.
Algo no decible, un efecto de escritura (como la a derridiana en differance), algo que sólo es marca escrita, para la lectura.
No eligieron la trillada políticamente tan correcta @ para abolir por arte de magia las diferencias genéricas.
No dijeron nada, sólo un énfasis, un acento (que no coincide con la ortografía de la palabra sino -quizás- con una topología de las proximidades y de los discursos que generan); una letra (no un fonema, no hay diferencia fonemática entre mayúscula y minúscula), digámosla y asumamos todo lo que viene detrás -o lo que podamos- A mayúscula (sí, Jacques, escuchaste bien, A mayúscula).
¿Será que desde algún lugar aparece ese Otro que habla, para devenir otrA, la que habla, la que pinta -en este caso-? (1)
Efecto de escritura que habría surgido de ese encuentro de géneros. Pero, mejor, del encuentro entre un verbo (pintar) y un sustantivo (mujer).
Lo cual es absolutamente discutible:
ese trayecto a través de la historia del arte (y en ese sentido su estado actual no debilita sino refuerza su condición) podría hacer que el acto de pintar dejara de serlo para transformarse en ese cuerpo sustantivado que sería la pintura.
Por otro lado, mujer, podría ser -sobre todo en la contemporaneidad- más una actitud que una condición que subsumiría a una cantidad de individuos. Un acto prolongado y renovado constantemente desde una posición del deseo: una construcción no tan sólida como se creería desprevenidamente (“La mujer, la verdad, no existe” dice Derrida en una frase maravillosa que sitúa -asociándolas- la verdad y la mujer en ese espacio sin lugar del que no se puede dar una definición).

Por otro lado.
El movimiento inverso hace estallar el término en su pluralidad para llevarlo -otra vez- a ese espacio en construcción que es todo encuentro.
Suponemos que pintorAs es el condensador de lo que un grupo (20) tiene en común.
Y aquí estamos -otra vez- en problemas.
Desde aquí esa palabra y ese acento empiezan -de nuevo- a diseminar lo que articulan.
Qué piensa y -sobre todo- qué produce cada integrante del grupo como “pintura” ya estaría abismando -o suspendiendo- el propio concepto de pintura (en tanto definición de lo que habría en común), abriéndolo a algo que no puede dejar de devenir hipertexto.
El otro polo constitutivo del término es no menos difícil de abarcar: ese sustantivo (común, según la gramática) se fragmenta -desde el vamos, no en un acto posterior a su emergencia- para postular una totalidad que no puede cerrarse, desde cada posición de mujer.

Lo que une, lo que provoca el encuentro es, una vez más, la producción.
Sin reclamos ni reivindicaciones.

Sólo la vindicación de la potencia de la tautología:

Somos lo que somos: pintorAs.



Roberto Echen
Funes, 25 de enero de 2010


(1) No deja de ser interesante que el famoso Otro lacaniano sea -en francés- una A mayúscula (Autre).

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